Primero fue un sueño, luego una idea, luego una posibilidad. Hoy, más de un mes después de que se conociera la noticia, es una certeza: Blossom tiene una estrella MICHELIN. Lo digo, lo pienso, lo escribo y todavía me cuesta creerlo. Porque no es solo una estrella, no es solo un reconocimiento, no es solo un título. Es, de hecho, la manifestación de algo que nació como un sueño, un deseo que tomó forma después de años de duro trabajo. Es una estrella, pero también es una historia.
La emoción y el agradecimiento de aquel día siguen frescos y son el motor para ir a por más. Todo el equipo y la familia del restaurante estamos muy orgullosos de sumar una nueva estrella a la gastronomía malagueña y andaluza.
"Dime en tres palabras cómo te sientes", me dijo Lucía, mi mujer, mientras conducíamos hacia Murcia. El trayecto desde Málaga es largo, casi 500 kilómetros, pero esa pregunta hizo que el tiempo se detuviera. Tres palabras. Un reto imposible. No porque no lo supiera, sino porque no encontraba las palabras adecuadas. Sé que lo pedía para hacerme reír, para calmar mis nervios, para hacerme pensar en otra cosa. Aun así, no pude responderle en ese momento.

Cuando llegamos al Auditorio Víctor Villegas, donde tuvo lugar la ceremonia de entrega de los premios de la Guía MICHELIN, ver a los grandes nombres de la gastronomía española reunidos en la gala fue muy especial. El espíritu de camaradería, los abrazos, las felicitaciones, la empatía entre los que llevan años luciendo sus cazadoras con una, dos o tres estrellas y los que este año se han unido a la gran 'familia' MICHELIN, es algo que no olvidaré nunca.
«Dime en tres palabras cómo te sientes», volvió a responder Lucía, ahora sentada en el auditorio. La voz de la presentadora sonó como un eco lejano, mientras los nombres aparecían en la pantalla. Y entonces, sin previo aviso, todo se detuvo. «Emiliano Schobert, Blossom, Málaga». Esas palabras flotaron en el aire como si fueran para otra persona, como si no fueran para nosotros. Entonces Lucía me abrazó y, en ese momento, todo cobró sentido. Subimos juntas al escenario. Y allí, mientras me ponían la chaqueta, entendí que esa estrella no era el final de algo, sino el reconocimiento a un camino recorrido: la precisión de las técnicas, la inspiración y el respeto por los productos de la tierra y el mar, el cuidado obsesivo por cada detalle, la búsqueda de la belleza, el esfuerzo de un equipo que nunca se rinde.
Es cierto que, en más de una ocasión, pensé que la estrella no llegaría. No porque no creyera en nuestra cocina, sino porque el espacio me parecía un límite infranqueable. Diez mesas. Un pequeño local en el centro histórico de Málaga, un microcontinente que, sin embargo, ha sido testigo de más de un lustro de milagros cotidianos. Cada día, en ese espacio mínimo, desplegamos una experiencia que busca el máximo. Catorce tiempos que se mueven con la precisión de un reloj, mientras el servicio avanza como una coreografía.
Hoy vuelvo a pensar en la pregunta de Lucía. Tres palabras. Quizá no sean las que yo hubiera dicho entonces, pero son las que me definen ahora: responsabilidad, disciplina, equipo. Porque esta estrella no es sólo un premio. Es una puerta. Es el comienzo de algo más grande.
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